El estado de la violencia en Colombia: una llamada al cambio

El estado de la violencia en Colombia: una llamada al cambio

Durante el último año, Colombia ha visto un preocupante repunte de la violencia, alcanzando niveles que no se experimentaban desde la firma del Acuerdo de Paz. Casos recientes como el atentado contra Miguel Uribe son síntomas de una escalada que reaviva temores colectivos profundamente arraigados en la memoria social del país. Esta violencia no solo amenaza la estabilidad política, sino que también impacta la vida cotidiana de las personas.
Heridas intergeneracionales: la carga invisible de la violencia

Las consecuencias de la violencia han sido transmitidas entre generaciones, afectando la forma en que las personas se relacionan. Miedos heredados, traumas colectivos y desconfianza social son solo algunas de las secuelas que persisten. Esta carga emocional y psicológica impide construir vínculos empáticos y solidarios, lo que se traduce en una sociedad cada vez más intolerante y fragmentada.
El lenguaje como herramienta de división

Una de las formas más evidentes de esta fragmentación es el uso del lenguaje como mecanismo de violencia simbólica. Discursos que fomentan el odio, la polarización y el miedo terminan validando comportamientos violentos en el plano cotidiano. Frases cargadas de ira y juicios rápidos alimentan la división entre ciudadanos, debilitando la cohesión social.

Es importante recordar que cuando una sociedad está dividida y desconfiada, se vuelve más manipulable. Este escenario favorece los intereses de quienes promueven o se benefician del conflicto: sectores políticos y económicos que usan la violencia como estrategia de dominación. La falta de unidad fortalece sus narrativas y obstaculiza la posibilidad de un cambio estructural.

En contraste, una comunidad unida, empática y consciente de los mecanismos de manipulación puede resistir el avance del odio. Es urgente dejar de lado las diferencias ideológicas y reconocer los discursos de odio por lo que son: herramientas que perpetúan la violencia. La construcción de paz requiere una mirada crítica hacia los mensajes que consumimos y reproducimos.
La comunicación como acto de resistencia

La paz también se construye desde la palabra. Las decisiones cotidianas sobre cómo hablamos, discutimos o debatimos pueden contribuir al cambio. Cada persona tiene la capacidad de optar entre propagar la violencia o fomentar el diálogo. Es una responsabilidad colectiva e individual: no debemos permitir que los poderosos decidan por nosotros cómo vivir y relacionarnos.

Debemos recordar que elegir la paz es una decisión cotidiana y compartida, que comienza por reconocer los patrones de agresión en nuestras palabras, actitudes y vínculos. La transformación solo es posible si nos atrevemos a romper con la cultura del miedo y apostamos por la solidaridad como camino.

¿Y tú que opinas?